sexta-feira, 15 de janeiro de 2010

El valor económico del español

El Mercurio

Hasta hace poco, la Real Academia todavía se consideraba la suprema autoridad para la interpretación, la conservación y el desarrollo de una lengua hablada por más de cuatrocientos millones de personas. Las cosas han cambiado. Ahora, veintidós academias hispanas en igual número de países trabajan en condición de igualdad, llevando a cabo proyectos cada vez más ambiciosos, creando cada vez más diccionarios para un tesoro rico y variado de palabras, intentando mantener una gramática común. El primer congreso mundial de estas academias tuvo lugar en Zacatecas, en 1997.

En esa ocasión, tres premios Nobel muy diferentes —Gabriel García Márquez, Octavio Paz y Camilo José Cela— se pronunciaron sobre la lengua común. Paz habló de la extraordinaria riqueza ganada por el idioma español por su expansión en América. García Márquez abogó por una fusión lingüística y exhortó a una reforma ortográfica (la cual sin embargo, tengo que señalarlo, considerando las diferencias de pronunciación, reduciría la comprensión mutua). Cela argumentó en pro de una convivencia pacífica.

Le ha ido bien al español. De hecho, le iba bien incluso antes de la cooperación entre las academias. La cantidad de lenguas en el mundo se reduce cada vez más rápido, las pequeñas sucumben por la cercanía de las grandes. Mas el número de personas que tienen el español como su primera o segunda lengua sigue en aumento. Un mapa reciente —Atlas de la lengua española en el mundo— ha sido publicado por el lingüista Francisco Moreno Fernández y el sociólogo Jaime Otero Roth (Ariel/Colección Fundación Telefónica, Barcelona 2008).

En varios sentidos, el español ha llegado a ser el segundo idioma del mundo, según el criterio utilizado: número de personas, número de estados, el papel del idioma en el contexto internacional. Además, Estados Unidos hoy en día se ha convertido en uno de los mayores países hispanoparlantes, considerando la cantidad de sus habitantes (unos 30 millones), que lo consideran su lengua materna. Los autores constatan que los «latinos» de EE.UU. hablan español incluso en la segunda o tercera generación. A pesar de los muros y los guardias fronterizos, el futuro de la lengua parece estar garantizado por la inmigración. ¿Querrá decir esto que la tendencia seguirá, como los españoles esperan y Samuel Huntington temía? En parte, el «multiculturalismo» es el efecto de una integración malograda. Todos los hispanoparlantes pueden entenderse entre sí. Puede que encuentren la pronunciación del otro curiosa o hasta ridícula, y el vocabulario puede variar considerablemente. La misma palabra puede significar cosas distintas o al menos tener otro valor u otras asociaciones de un país a otro, y esto puede causar malentendidos o molestias. Un libro escrito en otro idioma y traducido al español en Madrid puede parecer pesado en Buenos Aires o en Caracas y viceversa. Pero para comunicarse a través de la fronteras estos 400 millones no tienen por qué ser cultos ni siquiera educados. A diferencia de muchas otras lenguas —entre ellas el chino y el árabe— el español no ha desarrollado diferencias dialectales tan fuertes como para amenazar el entendimiento mutuo.

El idioma, una «materia prima»

Hace poco, un grupo de investigadores dirigido por los profesores José Luis García Delgado, José Antonio Alonso y Juan Carlos Jiménez publicó un estudio sobre la importancia económica del español bajo el título Economía del español (Ariel/Colección Fundación Telefónica, Barcelona 2009).

Los estudiosos son principalmente economistas y sociólogos, pero el grupo tiene una sólida competencia lingüística. La tarea que se han dado puede parecer extraña, tanto para lingüistas como para economistas. Estos pueden suponer que tales estudios serían frívolos y carentes de interés; aquellos pueden disgustarse ante la pretensión de ponerle precio a algo cuyo valor es incalculable por definición.

Sin embargo, la relevancia económica del idioma es incontestable. La lengua es la condición y el mayor instrumento del intercambio económico. Los costes de transacción ocupan un lugar creciente en los cálculos económicos contemporáneos, al compás del aumento de la productividad de bienes y servicios. El problema está en identificar y cuantificar el idioma como recurso y costo. Siendo un bien inmaterial cuyas externalidades son difíciles de definir, frecuentemente carece de costo de producción y su uso no reduce su cantidad; al contrario, su valor crece con la cantidad de sus usuarios. Para quien lo tenga como lengua materna, el costo marginal es cero. El valor de la membresía del club crece cuanto más numerosos son sus miembros.

Para el grupo de investigadores, el idioma tiene tres funciones principales: como medio de comunicación, como «materia prima» para actividades creativas y como señal de identidad. Cada una tiene efectos económicos pero hay que medirlos de manera distinta. Lo más difícil de calcular es el papel del idioma como señal de una identidad común. El efecto de un idioma internacionalmente utilizable para reducir los costos de transacción tampoco son fáciles de medir. Lo más obvio es el uso del idioma como materia prima de diversos productos en el área de la comunicación: periódicos, cine, música, literatura, publicidad.

El grupo ha construido un modelo para comparar tales valores y espera ver estudios paralelos en otras partes del mundo hispanoparlante a fin de poder demostrar las correspondientes ventajas competitivas para otros países. Reconocen que la causalidad es compleja. Si el idioma es importante para la competitividad, ésta también es importante para la utilidad del idioma.

El informe subraya algunos factores especialmente importantes para la fuerza económica de un idioma en el futuro. En el mundo «llano» de hoy, un idioma no será eficiente en primer lugar por motivos demográficos sino en la medida en que representa una economía creciente, una considerable producción de conocimiento y unas instituciones sociales y políticas funcionales. Estos, según los autores, son los principales factores que han creado la posición dominante del inglés. En cierto sentido, la economía del inglés es sinónima a la economía en inglés. El idioma refleja factores ya conocidos entre los países: competitividad, estabilidad democrática, cohesión social.

Esto implica algunos problemas para la extensión del español y lógicamente para la tesis principal del informe. De los cuatrocientos millones de hispanoparlantes sólo cuarenta millones usan internet. Los avances científicos se hacen con más frecuencia en países donde se hablan otros idiomas. Más libros escritos en inglés son traducidos a otros idiomas que los que han sido escritos en español. En varios países, también en América Latina —Guatemala, Paraguay, Bolivia, Venezuela, Colombia—, la difusión del español todavía no se ha completado. En Guatemala, la lengua compite con unos veinte idiomas locales. La discriminación de indígenas en países como Perú y Chile debilita la capacidad de entender y expresarse en español de muchas personas cuya lengua materna es el aimara, el quechua o el mapudungún.

Faltan dos meses para el quinto congreso mundial de la lengua, que tendrá lugar en Valparaíso en marzo de 2010. Será un evento con miles de participantes, en el cual las veintidós academias se juntarán con lingüistas, sociólogos y escritores. La mayoría serán gentes que viven para el idioma sin preocuparse demasiado de su valor económico y cuyo trabajo pocas veces es remunerado con «bonos» millonarios. Es cierto que el avance del español nos recuerda las implicancias políticas y económicas del idioma, de todos los idiomas. Después de todo, la capacidad lingüística es la principal cualidad que define al homo sapiens y, de paso, también al homo economicus.

Fonte:http://www.elcastellano.org/noticia.php?id=1191

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